“Mi poesía ha sido criticada – cuenta Roffiel –; me dicen que le falta mucho trabajo y que yo no soy poeta, con lo cual coincido, pero a mí lo que más me interesa es poner mi granito de arena para ampliar la conciencia de la gente, para que conozcan y respeten otras formas de amar y de ser y he tenido muchas satisfacciones. Mi poesía está en agendas, calendarios, se usa en talleres. Ha caminado sola”.
Yo conozco tu locura porque también es la mía.
Yo conozco tu locura porque también es la mía.
Somos locas
rebeldes,
locas de estar
vivas,
locas
maravillosas,
estrafalarias,
floridas.
Ovejas
negras
descarriadas sin
remedio,
vergüenza de la
familia,
piezas de seda
fina,
amazonas del
asfalto,
guerrilleras de la
vida.
Locas de mil
edades
llenas de rabia y
gritos,
buscadoras de
verdades,
locas
fuertes,
poderosas,
locas
tiernas,
vulnerables.
Cada día una
batalla,
una norma que
rompemos,
un milagro que
creamos,
para poder seguir
siendo.
Locas solas,
tristes,
plenas.
Mujeres locas,
intensas,
locas mujeres
ciertas.
Rosa María Roffiel
(México, 1945)
Gioconda
Mi vulva es una
flor,
es una concha,
un higo,
un terciopelo;
está llena de
aromas, sabores, rincones,
es de color rosa,
suave, íntima,
carnosa;
a mis doce años le
brotó pelusa,
una nube de
algodón entre mis muslos;
siente, vibra,
sangra, se enoja, se moja, palpita,
me habla.
Guarda celosa
entre sus pliegues
el centro exacto
de mi cosmos,
luna diminuta que
se inflama,
ola que conduce a
otro universo.
Cada veinticinco
días se torna roja,
estalla, grita;
entonces la
aprieto con mis manos,
le digo palabras
de amor en voz muy baja.
Es mi segunda
boca,
mis cuatro labios;
es traviesa,
retoza, chorrea,
me empapa.
Le gustan las
lenguas que se creen mariposas,
los penes
solidarios,
la pulpa de
ciruela femenina
o, simplemente,
las caricias
venidas de mí misma.
Es pantera,
gacela, conejo,
se ofrece coqueta
si la miman;
se cierra violenta
si la ofenden;
es mi cómplice,
es mi amiga,
una eterna sonrisa
de mujer complacida.
Cántico
Me gustan las
mujeres esdrújulas
sin brújula
sin mítica
con tónica
las que aman con
las vísceras
las células
las glándulas
las rítmicas
intrépidas
impúdicas
las pérfidas
ingrávidas
poéticas
las mágicas
las lésbicas
lunáticas
Me gustas tú,
Andrómeda,
erótica
magnífica
política
mujérica.
Quise
ser hombre
Una vez quise ser
hombre
para casarme con
mi hermana
que ya lleva tres
divorcios.
Para amar a mis
amigas
que en cada
relación mueren un poco.
Quise ser hombre
para fecundar sus
vientres,
no de hijos, sino
de poesía,
vino tinto,
relojes parados,
unicornios azules.
Para decirle a
Josefina
cuanto admiro su
forma de entregarse.
Para escribirle a
Rosi
esas cartas que no
llegan nunca.
Llamar por
teléfono a Pilar
que espera tantas
tardes.
Llenar de caricias
prolongadas
el espacio de
Beatriz,
que vive sola
y le tiene miedo a
los temblores.
Quise ser hombre,
para amarlas a
todas y no sentir más
el frío de sus
lágrimas en mi playera,
ni mirarlas
apagarse,
ni presenciar sus
funerales
en sus ataúdes de
treinta años.
Quise ser hombre
para invitarlas a
volar el periférico,
a bailar descalzas
porque el América
le ganó al
Guadalajara,
para llevarlas del
brazo hasta una cama
donde no tengan
que fingir orgasmos.
Pero soy mujer y,
aunque puedo
compartir con
ellas la poesía,
escribirles
cartas,
llamarlas por
teléfono,
llenarlas de
caricias prolongadas,
volar el
periférico,
bailar descalzas,
secar su llanto,
tocar su alma…
No es suficiente.
No les alcanza.
Porque, desde
niñas, aprendieron
que los hombres
son un premio al que hay que amar,
sin importar si
ellos las aman.
Clase de tejido
Me
tejo un suéter
con
el ovillo enredado
de
tus recuerdos
me
lo pongo
pero
el frío
continúa
entonces
quiero quitármelo
y
me desgarro
a
jirones
la
vida.
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